¿La felicidad es una meta o una forma de recorrer el camino?
¿Existe una situación, un lugar, un momento o unas circunstancias que nos den verdaderas garantías de que seremos felices?
¿Se puede ser feliz siempre y en cualquier circunstancia?
A pesar de que muchas veces vivimos intentando reunir todos esos requisitos la realidad contradice la teoría (si es que ésta fuera cierta).
Yo no sé cuántas personas conozco que tienen todo menos la felicidad. Otras, sin embargo, no tienen nada pero tienen ese algo que hace que todo sea diferente; ese algo que hace que se pueda sacar una sonrisa al dolor y un poco de paz a la rabia.
Este verano escuché a una amiga reconocer que aunque sus vacaciones eran maravillosas estaba deseando que llegara la vuelta a la rutina: los niños, los colegios, el trabajo de cada día... porque su vida le hacía tan feliz que no imaginaba mejor cosa que vivirla y disfrutarla a cada momento.
Creo que fue el énfasis sincero de la verdad de su corazón que se abría al decir “tan feliz” el que me hizo comprender que el secreto se esconde en estar verdaderamente a gusto en nuestra propia piel, en ser capaces de mirar con cariño y aceptar hasta los golpes y magulladuras del día a día en nosotros.
Debe ser así de sencillo. La felicidad -no la de los fuegos artificiales, sino ese mar en calma, ese calorcito que acaricia el alma y nos esponja el corazón- no está tanto en hacer lo que se quiere sino en amar lo que se hace porque, en definitiva, hasta los peores momentos son una oportunidad de darnos cuenta de que estamos vivos y, ¿no es eso motivo suficiente para ser feliz?
¿Existe una situación, un lugar, un momento o unas circunstancias que nos den verdaderas garantías de que seremos felices?
¿Se puede ser feliz siempre y en cualquier circunstancia?
A pesar de que muchas veces vivimos intentando reunir todos esos requisitos la realidad contradice la teoría (si es que ésta fuera cierta).
Yo no sé cuántas personas conozco que tienen todo menos la felicidad. Otras, sin embargo, no tienen nada pero tienen ese algo que hace que todo sea diferente; ese algo que hace que se pueda sacar una sonrisa al dolor y un poco de paz a la rabia.
Este verano escuché a una amiga reconocer que aunque sus vacaciones eran maravillosas estaba deseando que llegara la vuelta a la rutina: los niños, los colegios, el trabajo de cada día... porque su vida le hacía tan feliz que no imaginaba mejor cosa que vivirla y disfrutarla a cada momento.
Creo que fue el énfasis sincero de la verdad de su corazón que se abría al decir “tan feliz” el que me hizo comprender que el secreto se esconde en estar verdaderamente a gusto en nuestra propia piel, en ser capaces de mirar con cariño y aceptar hasta los golpes y magulladuras del día a día en nosotros.
Debe ser así de sencillo. La felicidad -no la de los fuegos artificiales, sino ese mar en calma, ese calorcito que acaricia el alma y nos esponja el corazón- no está tanto en hacer lo que se quiere sino en amar lo que se hace porque, en definitiva, hasta los peores momentos son una oportunidad de darnos cuenta de que estamos vivos y, ¿no es eso motivo suficiente para ser feliz?
<><
De Colores
No hay comentarios:
Publicar un comentario