lunes, 30 de marzo de 2009

¿Cómo voy a vivir la Pascua 2009?



Este video lo hizo Nacho Pereira en la pasada Pascua de Jóvenes del Movimiento de Cursillos de Cristiandad de Madrid.

A mi me ha tocado el corazon, ¿y a ti? ¿Te dice algo?

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De Colores

viernes, 27 de marzo de 2009

Como un cura




Como un cura

Me gusta la sabiduría popular que se esconde en la sencillez del refranero español. Me reafirma en la defensa que la regla tiene incluso excepción que la confirma: “¡Vives como un cura!” Cada vez que la escucho pienso lo mismo: ¿Pero tú a cuántos curas conoces? La respuesta es siempre igual: ninguno.

¡Qué poco tiene que ver la vida de los sacerdotes con esa expresión que pretende hacernos ver que los curas viven como el Maharajá de Kapurthala!

Tengo la suerte de conocer a unos cuantos y de asomarme por la ventanita de la amistad a la realidad de sus vidas. En ninguno he visto ese “buen vivir” de la expresión sino una entrega total 24 horas al día al servicio de los demás, es decir, a nuestro servicio.

Y no sólo los sacerdotes en tierra de misión, o los párrocos rurales que atienden catorce pueblos o tantos que se dedican a los más pobres y marginados de la sociedad. Ante estos es fácil – inevitable diría yo- quitarse el sombrero. Yo me descubro ante los sacerdotes “normales y corrientes”, diocesanos, que prestan su servicio en las ciudades, en sus parroquias y movimientos. Esos que han entregado su vida en la sencillez de lo cotidiano, y que como “la mies es mucha y los obreros tan pocos” se inmolan de sol a sol para traernos la esperanza. Mañana en Madrid, el Cardenal ordenará a 12 nuevos sacerdotes. Jóvenes que se han atrevido a ir contracorriente y entregar su vida para, como dice un buen amigo seminarista, ser “servidores de vuestra alegría”.

En Cuaresma... mójate!



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De Colores

miércoles, 25 de marzo de 2009

Vivir como un cura



No sé si será porque esta semana he hablado con varios o porque rezo por mucho o porque un amigo querido será ordenado sacerdote... sea por lo que sea, esta semana he pensado varias veces en lo injusto de esta expresión: "Es que vive como un cura!"

Cada vez que escucha esa frase pienso, automáticamente, lo mismo: ¿Pero tú, a cuántos curas conoces?

¡Qué poco tiene que ver la vida de los sacerdotes con esa expresión que pretende hacernos ver que los curas viven mejor que el Marajá de Kapurtala!

En medio de este pensamiento me llega este artículo que pone palabras a lo que pienso y os comparto. Lo firma Juan Manuel de Prada el 2 de abril de 2007 en ABC y que rescato de Fluvium.

Curas

Una encuesta publicada por la revista "21RS" entre sacerdotes diocesanos ha proporcionado durante los últimos días diversas excusas para la comidilla periodística. Se ha insistido mucho, por ejemplo, en que hay curas que se declaran partidarios del celibato opcional, curas que adoptan posturas contrarias cuando se les pregunta sobre la recepción del Concilio Vaticano II, curas que se declaran de izquierdas o de derechas. Se descuida, en cambio, el dato esencial de la encuesta, el dato que hace palidecer todos los demás: noventa y siete de cada cien curas encuestados afirman sin dubitación que, si volvieran a nacer, elegirían otra vez el ministerio sacerdotal, volverían a dejarlo todo y a seguir la llamada que un día los convocó. Y esta respuesta tan abrumadoramente unánime nos sitúa ante la grandeza y generosidad de su decisión: más allá de cualquier discrepancia, más allá de preferencias ideológicas, estos curas se saben y se sienten curas, saben y sienten que no podrían ser otra cosa, saben y sienten que el sentido de su elección ha dado sentido a su vida y que, sin esa elección, su vida resultaría estéril e ininteligible.

La banalidad contemporánea puede regocijarse analizando los pareceres encontrados que esa encuesta manifiesta; en el fondo, ese regocijo es la expresión de una incomprensión supina. No hay personas tan radicalmente libres como los curas: la decisión que un día adoptaron los convirtió en hombres a contracorriente, hombres capaces de escuchar una voz interior entre el tumulto de voces confusas con que nuestra época nos aturde, hombres dispuestos a renunciar a formas de vida mucho menos exigentes a cambio de una felicidad difícil y puesta a prueba cada día; cuando se ha sido libre hasta tal extremo en lo esencial, es natural que se sea libre también en lo accesorio. Quienes hemos tenido la suerte de tropezarnos en nuestro camino con curas que desempeñan su ministerio con alegría y denuedo sabemos, sin necesidad de encuestas, que participan de las pasiones humanas, y que por lo tanto poseen opiniones muy diversas sobre asuntos que afectan accesoriamente a su ministerio; pero también sabemos que el fuego que alimenta su vocación es el mismo, sabemos que en lo que verdaderamente importa no hay entre ellos disensiones ni titubeos. Todos se saben, con orgullo y humildad, pescadores de hombres, ungidos por Dios para predicar la buena nueva. Se saben depositarios de una gracia que es testimonio de la fidelidad de Dios al hombre; y esa certeza les basta para vivir.

Sólo cuando entendemos la razón última de su vocación podemos comprender la naturaleza de su servicio. Sólo entonces entendemos el sacrificio de esos curas rurales que atienden media docena de parroquias en pueblos que ni siquiera figuran en el mapa; sólo entonces entendemos el pundonor de esos curas ya achacosos que siguen levantándose de la cama cuando suena un teléfono en mitad de la noche y una voz les requiere para administrar los sacramentos a un moribundo; sólo entonces entendemos el coraje de esos chavales que ingresan en un seminario, contrariando las inercias de una época que ha renunciado al espíritu; sólo entonces entendemos la epopeya anónima de tantos curas que se desvelan por los pobres, que se vuelcan en los ancianos y en los enfermos, que encuentran siempre un rato libre para donarlo a quienes se acercan a ellos en busca de consuelo espiritual. Yo he tenido la suerte de conocer a algunos de estos curas, he tenido la suerte de disfrutar de su amistad y de sentirme querido por ellos, de sentirme salvado por ellos. He tenido la suerte de compartir sus tribulaciones y de escuchar sus inquietudes; y he comprobado que, en su rica e inabarcable diversidad, son todos uno y lo mismo: hombres que han elegido servir a otros hombres, hombres que renuevan cada día el misterio de la Redención, que se calcinan en el desempeño de su ministerio sin pedir nada a cambio, en un ejercicio de generosidad insomne que nunca dejará de asombrarme. Son curas, sin adjetivos ni aderezos. El día en que dejaran de existir el mundo se apagaría, habría perdido la esperanza.

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De Colores

martes, 24 de marzo de 2009

Es tiempo de...



Sé que está a punto de caer un tironcillo de orejas reclamándome -con razón- que cuide un poquito más este rincón. Pero así son las cosas y la vida, va a veces más deprisa de lo que me gustaría, y no tengo nada propio que contaros. Pero cuando algo de lo que llega a mis manos me llega más hondo, lo hago mio y lo comparto con vosotros.

Os traigo hoy este video que me ha ayudado a parame en esta Cuaresma y rezar.

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De Colores

lunes, 16 de marzo de 2009

11-m 5 años después



Para todos aquellos a los que, cinco años despúes, aún nos quedan lágrimas.

Especialmente para mi padre.

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De Colores

viernes, 13 de marzo de 2009

El ayuno en Cuaresma




Precioso testimonio de Alex de Dios y Borja Gómez en RNE sobre el ayuno en Cuaresma y mucho más! Empieza en la tercera rayita y media más o menos!

Escuhar el testimonio aquí

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De Colores

sábado, 7 de marzo de 2009

Dios y el GPS



Preciosa catequesis comparativa de Dios y el GPS. Entrevista al sacerdote católico Juan Carlos Ramos en la que cuenta su experiencia con el sistema GPS. Al hilo de estas reflexiones, establece un interesante paralelismo entre el mecanismo de posición por satélite y la vida del cristiano.

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De Colores



Comparto con vosotros este precioso regalo que han tenido a bien compartir conmigo.

Gracias, Eva!

Maria, Maria
Busco por ti
Trago este vacío
Y el deseo de dar color a mi vida
Quiero pintar
Esta historia que estoy creando
Quiero ser más
Afirmar mi grandeza
Ser poeta, ser cantor, ser el cielo
Donde habita todo lo que yo voy a ser
Si yo supiera ser amor
Maria, Maria
No sé que pasó
Si fue el mundo o si fuí yo
Se engañó el mañana sin piedad
Se apaga la luz
Sobre las almas de mi edad
Se esconde el cielo
Donde yo quiero ser más verdad
Mi Señora y mi madre
Mira bien por nosotros
Sin tu amor
Quedaremos solos.
Maria, Maria
Madre del silencio
Madre de la humanidad
En tu seno mi señor se engendró
Y lo contemplaste
Repleta de amor y ternura
Tu hijo deseado
Y por ti muy amado
Mi señora mi madre
Me enseña a amar
Y arriesgar
A saber ser mayor



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De Colores

viernes, 6 de marzo de 2009

Testimonio de un milagro de conversión




Comparto con vosotros el testimonio del milagro del Señor en la vida de un hombre cuyas manos han pasado de apalear a las personas a consagrar el Cuerpo de Cristo y darnos la absolución.

Es un poco largo pero a mi me ha emocionado y conmovido



Fue jefe de ‘bateadores’ en su barrio; hoy es cura en una iglesia de pueblo

De ultra y violento… a pacífico y sacerdote

Una chica, de la que estuvo enamorado, tuvo mucho que ver en su cambio de vida
05/03/2009 | Gonzalo Altozano


Sus antiguos camaradas saben perfectamente dónde encontrarlo. O sea, que no es por miedo que desea permanecer en el anonimato (¿miedo, él? ¡De qué!). Es porque hay varias productoras interesadas en llevar su vida a la pantalla y él lo único que quiere es dedicarse enteramente a su vocación. Entendemos el interés de los guionistas; pocas veces se encuentran historias así: una adolescencia de odios y violencias, el amor de una chica que le devuelve a la fe, un encuentro personal con Cristo…

Nunca fue delegado de clase, pero tenía madera de jefe. Quizás porque pegó el estirón muy pronto, quizás porque, año tras año, ocupaba, castigado, los primeros bancos de clase. Fuera lo que fuese, algo en él hacía que los demás lo tuvieran en cuenta. No sólo los de su curso, también los mayores. Y, entre éstos, los de peor reputación, los que salían los fines de semana a pegarse. No para ser los duros de la discoteca, sino movidos por un afán superior: España. Estaban llamados a salvar a la patria. O eso decían ellos. Esta historia arranca en Madrid con la década de los noventa.

¿Qué niño de once años hubiera dicho que no a andar con malotes de dieciséis y diecisiete, aunque fuese de mascota? Y con razón cuando las perspectivas a corto plazo eran ser uno más de la tribu. Aunque para eso no bastaba con apuntar maneras. Aquí, el valor, a diferencia de en la mili, no se suponía, había que acreditarlo. Por eso, una tarde, al salir de clase, le llevaron frente a un cajero automático y le dieron un bate de béisbol. No era un rito de iniciación. O no sólo. Era un test de patrioterismo callejero. Lo pasó con nota: en pocos minutos, donde antes había habido una máquina expendedora de billetes, sólo quedaba un hueco.

Limpiar España

Lo siguiente fue una serie de visitas guiadas al Madrid de los Austrias, con alguna escapada a la sierra, donde la lectura de los clásicos fascistas siempre es más reposada. Sin olvidar el adiestramiento en técnicas de lucha, que no estaban las calles para vivir de las rentas de un pasado glorioso hecho piedra, cual boy scouts ideologizados. Por si el cachorro tuviera dudas, una noche lo llevaron a los bajos de plaza de España. Comenzaban a llegar a nuestro país los primeros inmigrantes y los negros que allí acampaban, envueltos en mantas y cartones, se prestaban a la metáfora racista: sanguijuelas pegadas a la piel hermosa de la madre patria. ¡Afuera con ellos!

Una empresa de tales magnitudes -limpiar España- necesitaba un plan pegado a la realidad: había que ir barrio por barrio. A él lo encuadraron en la patrulla que vigilaba las calles del suyo, Argüelles, donde vivía con sus padres. No era ésta la única partida de la porra que operaba en Madrid. La misión de éstas era doble: reclutar cruzados para la causa y mantener la ‘chusma’ a raya. Para lo primero, se exigía diplomacia, don de gentes, capacidad de liderazgo; para lo segundo, un manejo del bate propio de un jugador de los Yankees.

Nuestro protagonista enseguida marcó estilo. Antes de cumplir los trece, era un mago de la persuasión y la violencia, lo que le hizo ir subiendo puestos en el escalafón, hasta ocupar la jefatura de la patrulla de su barrio. Entonces supo que aquello no era un juego. Empezó a ir a sitios a los que no todos iban, reuniones con peces gordos que le daban palmadas en la espalda y le decían “muy bueno lo tuyo, chaval, trátame de tú”. Le habían avisado de que no era fácil llegar hasta allí. Lo que nunca nadie le había dicho -ya lo comprobaría él- es que más difícil era salir.

Una sonrisa de oreja a oreja

Si le preguntas en cuántas peleas estuvo metido los años -seis, casi siete- que duró su aventura ultra, te dice que perdió la cuenta. Sólo sabe que no mató a nadie y que siempre corrió más que la Policía. Sí recuerda que la violencia era adictiva y le generaba ansiedad, que él paliaba a base de remedios seculares: sexo, drogas, alcohol… También recuerda broncas en las que pensó si no sería otro el que pegaba. No habla de posesión maligna, pero sí de influencia. Además de esto, con frecuencia llegaban del alto mando órdenes que nada tenían que ver con la misión salvadora de la patria. Él, como buen soldado, no las discutía: las ejecutaba. Pero empezaba a no entender algunas cosas. Cada vez le costaba más llegar a casa, reconocerse en el espejo, dormir de un tirón.

Sus padres nunca le preguntaron en qué líos andaba, quizás por lo evidente de la respuesta: su cuarto se había convertido en un búnker y él ya no era un ángel. Como trataran de imponerle su autoridad, era capaz de levantar la voz. O la mano. Ellos, lejos de amilanarse, decidieron actuar. Y lo hicieron siguiendo una política de hechos consumados: por su cuenta, sin consultarle nada. El colegio al que había ido desde niño se había convertido en el cuartel general de la patrulla, así que lo llevaron a un instituto a las afueras de Madrid. Para asegurarse de que iría a clase, al cambio de centro siguió uno de domicilio. No se lo perdonó, al menos durante el año que estuvo sin dirigirles la palabra.

La idea que de nuestro protagonista se hicieron sus camaradas fue letal: ya no era él quien llevaba los pantalones en casa. Luego era débil. Merecía el mismo trato que un inmigrante, que un yonqui, que un travesti. O uno peor, pues sabía demasiado. Que se cuidara mucho de dejarse caer por ciertas calles. Ahora sí que no entendía nada. Su aterrizaje en el instituto, con el curso ya empezado, no ayudó a que se le aclararan las ideas. Aquello le pareció un nido de hippies y de rojos. Por más que nunca había participado de la estética skin, cualquiera podía leer la crónica de los últimos años de su vida: la llevaba escrita en la mirada, endurecidísima; tanto, que nadie se atrevía a mantenérsela. Salvo esa chica que, cada mañana, le saludaba con una sonrisa de oreja a oreja. El detalle le enamoró. ¡A él, para quien las mujeres habían sido carnaza, el reposo del guerrero urbano!

Ella se lo dejó claro desde el minuto cero: quería su amistad, nada más. Él, con tal de que fuera suya, se pegó a sus amigos, un grupo de parroquia. Estaba dispuesto a todo. Bueno, a todo todo… Una vez ella le pidió que la acompañara a una pascua juvenil y él, queriéndola mucho, le dijo que no. A cambio, ella le hizo prometer un dibujo de Jesús en Getsemaní. Mientras lo dibujaba, se encontró con un hombre solo, al que traicionaban sus amigos, pero que moría por amor. A él también le habían dado de lado, pero, a diferencia de Cristo, seguía lleno de odio. Allí, en la soledad de su cuarto, por primera vez en años, rompió a llorar. No sería la última vez.

“Si quieres hacer reír a Dios…”

En otra ocasión ella y sus amigos le pidieron que les acompañara a la parroquia a echar una mano con unas cajas. En esas estaba cuando reparó en un cartel mal colgado en el tablón. Al ir a colocarlo, pudo leer: “Confesiones los miércoles después de misa”. Y pensó: “A mí es imposible que me perdonen”. Días después, y con la misma decisión con que había liderado tantísimas acciones de comando, fue a ver al cura. Quería pedirle que dejara de colgar cartelitos para engañar a los incautos, no fuera a ser que alguno se lo creyese y se hiciera ilusiones. El sacerdote, lejos de echarle con cajas destempladas, le oyó en confesión.

¿Cuándo había sido la última vez? ¡Ni se acordaba! Los pecados no los dijo, los vomitó. Llevaban ahí tantísimo tiempo pudriéndose, pudriéndole, que vaciarse de ellos fue un alivio. Mientras el cura le daba la absolución, quiso haberle dicho: “Pero ¿qué hace? ¿No ve que doy asco?”. Aunque sólo acertó a llorar. Quizás porque empezaba a entender algo: había sido salvado. Salió de allí con la expresión que era otra. ¡Por fin podían mirarle a la cara!

Mirarte a la cara. Cuando te has pasado tantos años metiendo miedo, nadie lo hace. Al principio, que no se atrevan, es un subidón. Luego puede llegar a desesperarte hasta el suicidio. Eso le pasó a aquel correligionario suyo que se tiró de lo alto de la Torre de Madrid para que, al reconocerle, tuvieran que mirarle a la cara. Así lo dejó escrito en una nota de despedida. ¿Por qué no había tomado él la vertical que va derechita a la muerte? En la respuesta a la pregunta tantas veces repetida estaban sus padres y la chica de la sonrisa. Y, mezclado con ellos, al principio de fondo, luego bien de cerca, Jesús.

Su encuentro con Él le cambió la vida, que ya no era algo que tirar a la basura, sino que proclamaba la grandeza de Dios. Dos mil años después, Cristo seguía operando milagros. Tras una adolescencia de odios y violencias, nuestro protagonista se apuntó a un curso de confirmación y comenzó a ir a misa; un verano volvió de las misiones con un montón de fotos en las que salía jugando con niños negros (¡qué hubieran dicho los camaradas!); su búsqueda de la belleza (”El mundo será salvado por la belleza y la belleza es Cristo”, Dostoyevski) hizo que se matriculara en Historia del Arte; al acabar la carrera, entró de profesor en un colegio; años atrás, la chica de la sonrisa había terminado cediendo; sonaban campanas de boda…

Aquí encaja la primera frase de la película Bella: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Oyendo misa en la catedral de Santiago, supo que el Evangelio seguía hablando. Aquella peregrinación había sido accidentada. En un alto en el camino, ya en el tramo final, cuando se duchaba, le robaron todo. Y allí estaba él, en la cripta, con ropa prestada, atento a la lectura del día. “No llevéis bolsa, ni morral, ni sandalias…”. Dios le pedía más. ¿Qué? De momento, cortar la relación con su novia.

En el seminario

Sentía que su corazón estaba hecho para amar a más personas, le iba la vida de parroquia más que la del hogar, un amigo suyo acababa de ordenarse sacerdote… ¿Acaso…? Por preguntar… En el seminario le dijeron que lo fuera mirando, sin prisas. Durante un curso, todos los sábados, a espaldas de sus padres, estuvo yendo a Introductorio. Un día, después de clase, le pidieron que se quedara. Pensó: “Ya está, no tengo vocación”. “Si quieres, empiezas mañana”, le dijeron. Al llegar a casa, le preguntó a su madre dónde guardaba las sábanas. “En el armario, ¿por?”. “No, por nada, porque mañana me marcho al seminario”. En un punto del infinito, allá donde se cruzan las paralelas y el viento da la vuelta, resuena aún la bronca de sus padres.

Esta vez los que a punto estuvieron de retirarle la palabra fueron ellos. En cinco años fueron a verlo dos veces al seminario. Una cosa es que fuera a misa todos los días -ellos, encantados- y otra que se metiera a cura. Sin embargo, hoy no quieren otra cosa para su hijo: lo ven tan feliz, tan en su sitio… Así también debieron de verlo los dos energúmenos que se colaron en su ordenación. Fueron a reventársela… y salieron hechos un lío. En los viejos tiempos, su amigo no hubiera dudado en llevarse por delante a quien se pusiera en medio. Ahora estaba dispuesto a entregar la vida. ¿Por qué? Quién sabe, quizás insistieron en la pregunta y ellos también llegaron a la única respuesta posible: Cristo.


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De Colores

jueves, 5 de marzo de 2009

El speech de Lía



Lía es una niña estadounidense de 12 años que merece, sin duda, la pena escuchar.

La versión original (sin subtítulos) de este vídeo ha tenido medio millón de visitas en los últimos días.

Que pena que esté, ahora mismo, tan de actualidad.

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De Colores