jueves, 25 de febrero de 2010

Ahora entiendo...



"Ahora entiendo ese carácter que tienen por el norte" "Ahora entiendo que suspiren por venir a España de vacaciones" "Ahora entiendo lo tristes que son en algunos países"...

Estas frases y otras parecidas las he escuchado varias veces en las últimas semanas intercaladas entre las más míticas "Dónde está el sol?" "¿Cuándo deja de llover?" "¿Que mierda de tiempo es este!!!"

La cosa es que yo misma me he sentido (y siento después del pequeño respiro de ayer) triste, mustia casi hasta meláncolica por culpa de estas nubes que no paran de descargar el pozo sin fondo en el que el sol se ha metido.

Cada mañana arrastro más los pies y suspiro por esos días de invierno, fríos, en los que el sol parece que está pintado pero está...

Quien más quien menos nos hemos visto afectados, influidos... y quien más quien menos hemos pensado y hasta dicho... "Ahora entiendo..."

Esto me ha llevado a pensar cómo serían las cosas -sobre todo cómo sería mi corazón- si fuera capaz de ponerme en los zapatos de los demás y soportar los mismos chaparrones que caen en sus vidas... quizá entendería mejor al soberbio, al intransigente, al cobarde, al tibio, al egoísta...

Mientras disfruto de que me regalen el sol aunque sea en pinturita para mirarlo mientras se decide a volver, intento sacar algo en claro además de haber amortizado con creces mis katiuskas nuevas y haber roto y/o perdido unos cuantos paraguas.

Me viene a la memoria una pelicula de esas que se quedan en la lista de "Pelis por ver" que creo recordar que se titulaba "El mismo amor, la misma lluvia"... A ver si con suerte este fin de semana el sillón nos secuestra debajo de una manta y nos acuna mientras, no?

y debe ser que sí... que no son tan distintos los corazones cuando es lo mismo lo que les riega... o si?



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De Colores

lunes, 22 de febrero de 2010

Continua esperanza... perenne alegría



Hoy me han regalado un pensamiento que me ha calado más que la lluvia (que ya es decir)

"Vivir en estado de continua esperanza y perenne felicidad".

¿Es realmente posible? ¿Se puede vivir así siempre?

Y me he acordado de esta canción y me ha dado por pensar si no estará la clave en el "Sí, sí sí, sí Señor... amén"?

Qué regalazo sería poder -realmente- entregar la verguenza y la tristeza... y "toda herencia de tristeza" (otra expresión sobre la que aún debo pararme más)

Por mi parte, por primera vez le he dado gracias al Señor por la tristeza porque me ha permitido acercarme, aunque sea de lejos, a que mi gozo sea Él, sea servirle, más allá de los frutos que pueda ver o sentir en mi misma o en los demás.

Os dejo la versión de "Vertical" para que la disfrutéis y saquéis vuestras propias conclusiones... y con la esperanza de que nos alegre un poquito en estos días tan grises y tristes.



Gracias


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De Colores

lunes, 15 de febrero de 2010

Feliz Cuaresma 2010

MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2010

« La justicia de Dios se ha manifestado
por la fe en Jesucristo » (cf. Rm 3,21-22)



Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

Justicia: “dare cuique suum”

Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).

¿De dónde viene la injusticia?

El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?

Justicia y Sedaqad

En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?

Cristo, justicia de Dios

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2009

BENEDICTUS PP. XVI

martes, 9 de febrero de 2010

Nadie te ama como yo.- 20 años



Hoy se cumple el 20 aniversario de esta canción y para celebrarlo comparto con vosotros el testimonio del propio Martín Valverde sobre esta canción.

TESTIMONIO DE MARTÍN VALVERDE SOBRE LA CANCIÓN "NADIE TE AMA COMO YO".

Me he tardado en escribir sobre esta canción pues sé que se trata de una de las más queridas por todos, además de ser simplemente la abanderada de mi trabajo y quería encontrar el tiempo del bueno para hacerlo. Como suele suceder, se me ha acabado el tiempo, dejo de esperarlo y procedo a tomarlo, así que entro en materia y me dispongo pero con igual cariño a escribirlos. Muchísima gente me ha preguntado de mil maneras cómo fue que la compuse, en qué momento de levitación espiritual estaba cuando la recibí, etc.

Y es que los frutos de Dios a través de ella han sido tantos que por supuesto algunos llegan a imaginar que el autor, o el medio (en este caso yo) sea un santo compañero de celda de San Benito, y nada más lejos de la verdad. No es mi intención desmitificar la canción, por el contrario se trata de aseverar el hecho de que Dios ha puesto su tesoro en vasos de barro como éste que les escribe.

Les cuento cómo fue y que lo disfruten.

Para sorpresa de muchos tengo más que presente la fecha en que nació, la compuse, o me fue inspirada, (lo que mejor les parezca) el 9 de Febrero de 1990, en la hermosa Ciudad de Chihuahua (capital del estado del mismo nombre, el más grande en geografía de México).

Para esa época esa Diócesis era de las vanguardistas del país en áreas tanto política, como religiosa, y como debía de ser, la música era parte de su historia de evangelización. De esas tierras son los músicos de la Banda Laudes (René y compañía) y también el buen Rafael Duarte.

Yo colaboraba con grandes y maravillosos amigos que tengo por allá que fueron mis hermanos, mis colegas, mis cómplices y hasta mis mecenas cuando los necesité (ellos saben quienes son, fueron tal bendición para mí y mi familia, que no dudo que hayamos llegado a dejar una muestra de esa bendición en este canto, amor con amor se paga).

La fecha la tengo clara, pues en esa tarde sabiendo que tenía un concierto vital, hice mi momento de oración con Dios, y Él, en su estilo muy original y con algo de humor, me regaló un pasaje de refuerzo para esa noche (y de paso el resto de mi vida), y como tengo por costumbre subrayar y colocar notas sobre pasajes que Dios me da en mi Biblia, esta no fue la excepción (una Biblia sin arrugas y rayones es sinónimo un alma sin planchar).

El pasaje que se me dio esa tarde dice:

Porque yo, el Señor, soy tu Dios, el que te sostengo de la mano derecha y te digo: "No temas, Yo vengo en tu ayuda". Tú eres un gusano, Jacob, eres una lombriz, Israel, pero no temas, yo vengo en tu ayuda –oráculo del Señor y tu redentor es el Santo de Israel. Yo te convertiré en una trilladora, afilada, nueva, de doble filo: trillarás las montañas y las pulverizarás, y dejarás las colinas como rastrojo. Las aventarás y el viento se las llevará, y las dispersará la tormenta; y tú te alegrarás en el Señor, te gloriarás en el Santo de Israel.
Isaías 41, 13-16
A partir de ese día, soy un total respetuoso de los gusanitos y de las lombrices, pues me metieron en el gremio de la comparación y los pobres bichitos no tienen la culpa. Ya ven a Dios, ¡tan tierno!…

El concierto era en la noche (aunque tenemos versiones de que se trató de dos conciertos el mismo día, de desayuno y cena, cosa que se acostumbra cuando vamos por allá por cierto, yo recuerdo sólo el de la noche, y ya verán por qué) en un salón de eventos llamado “Salón Sunion, del Hotel El Mirador”, (no se impresionen de mi memoria, anduve indagando) la meta era lograr fondos para la construcción de un edificio para un movimiento importante de la Comunidad Católica de Chihuahua, y de paso hacerlo con un evento que evangelizara (una actividad en la que todos ganan, aunque en aquel momento era la gran novedad en su estilo el hacer esto).

Todo estaba en su sitio, esa noche éramos sólo mi guitarra, un servidor y el Espíritu Santo (y éste último no debía faltar).

Llegó el momento, era una especie de cena-concierto, o sea, la gente primero cenaba, y pasado eso en un segundo tiempo, me subía yo a cantar y a hacer mi parte.

El chihuahuense es una persona maravillosa, y por lo general por ser gente del norte, son muy emprendedores y muy claridosos en sus cosas y comentarios, eso me facilitaba la predica pues había que ir al grano y dejar el resto a Dios.

Acabadas las dos terceras partes del concierto todo iba bien, para iniciar la parte final empecé cantando una canción especial llamada “Debes primero perdonar” de un paisano llamado Manuel Gutiérrez, y que junto con una buena predica se convierte en un tema de doble filo como lo es el perdón.

Mi memoria de ese momento es visual, no recuerdo si en el momento de la canción de Perdón o un poco más adelante, entre la penumbra del público, que estaba repartida entre mesas y sillas alrededor, a mi izquierda en una de las mesas, se levantaron de partes extremas de la misma un muchacho, poco más que adolescente, y del otro lado un hombre grande, muy grande, con toda la pinta de buen vaquero norteño. Se acercaron rodeando la mesa y se dieron un abrazo que indicaba algo más que un simple “te quiero mucho, y no me choques el auto”. Esto era mucho más que algo afectivo, era justo un perdón entre dos generaciones, entre dos que se amaban y se habían negado a hacerlo un tiempo. En fin, un abrazo de amor entre padre e hijo, y ahí fue en donde me llevé el golpe.

En un 95% de los conciertos no veo ni me interesa ver al público, (las apariencias siguen engañando) pero en este caso no sólo se me permitió, sino que además caí en una trampa de amor que Dios me había tendido.

Un abrazo entre padre e hijo siempre será un cuadro que remueva el corazón de cualquiera y más aún para los que en nuestra historia tuvimos esa carencia como parte de nuestra vida; lo vemos, lo admiramos, pero no lo sabemos por la experiencia, llegamos a imaginarlo dejando en manos de Dios (los que creemos) que la herida sane a su tiempo.

Fue una mezcla de sensaciones muy extrañas, en las que mi niño interior se quebró ante el cuadro de amor que se daba delante de mí, ¡en pleno concierto!

Se podría decir que quedé como Jacob el Patriarca después de pelear con Dios, con la cadera quebrada, lesionado para lo que me quedaba del concierto. Tenía una sería grieta en mi armadura de hijo de Dios y se notaba en mi canto, sin embargo necesitaba seguir con mi trabajo, seguir cantando y no someter a todos ahí a mi propia bronca interior.

De todas formas Dios, quien había permitido que eso pasara, ahora se acercaba a una de mis mayores heridas, a envolverme con su amor y darme como dice el pasaje: “Gracia y ayuda oportuna”. (Hebreos10)

Para mi descanso llegó el inicio del final del concierto, en aquel tiempo yo utilizaba dos canciones para llegar al final, una de ellas el Padre Nuestro y la otra una maravillosa pieza que se llama “Yo volveré”.

El pedirle al público que por favor se quede en silencio de oración, hablando con Dios, cada uno en forma sincera, con el único requisito del silencio ha sido un formato que me ha acompañado desde mis primeros días de conciertos de evangelización y que es casi invariable.

Fue en ese silencio en donde comenzó la gran batalla de amor, que agradezco haber perdido.

Mientras la gente estaba en ello, (orar en silencio) yo empecé a vivir, percibir y sentir algo sobrecogedor dentro y alrededor de mí. Podría decir que algo me ahogaba, y por ponerle forma: me apretaba el corazón y el cuello inclusive; en el silencio de mi corazón aquella imagen del padre abrazando a su hijo, sangraba, y Dios se me acercaba ahora no sólo a sanar eso, sino a ocupar en mi el lugar de Padre (nótese la P mayúscula). (Dios no es un padre, Dios es El Padre).

Decía San Agustín que el jubileo de Dios en nuestro ser se expresa como un “balbuceo” de niño. Y sin dudarlo mucho, en esas estaba yo, balbuceando aquel momento, en mi voz y en mi guitarra (decía cosas casi incoherentes y en la música no era más que el balbuceo del círculo de do para principiantes). Me acordé y no en vano que el pasaje decía que Dios me sostendría de la mano derecha, y ahora en términos musicales eso me urgía para seguir rasgando la guitarra.

Hoy, cuando cuento esto, digo que Dios me gritaba: “Diles cuánto los amo”, “¡diles cuánto les amo!” (de hecho lo plasmo en un “dile a mi pueblo cuánto lo amo”), aunque ahora que lo escribo, veo que era simplemente Dios derrotándome con su amor, acercándose y con su voz y su Espíritu dándome el abrazo que había visto delante de mí, y que sanaba en mí y entre Él y yo muchas cosas).

Mi decisión en ese momento fue simplemente dejarme llevar, contra esto no tenía caso luchar, decidí no estorbar más y dejar a Dios con sus manos libres para actuar, no importaba el ridículo que hacía y que en eso fuera mi prestigio.

No sé cuanto tiempo pasó, tampoco fue mucho, pero como haya sido fue verdaderamente intenso entre el Espíritu Santo y los que estábamos ahí. Les puedo asegurar que de todas formas algo estaba cantando, pero no sé qué era, en medio de todo el balbuceo la frase reinante era: Nadie te ama como Yo. Y así fui llegando al final, o tal vez al principio de todo.

Cuando finalmente decidí abrir mis ojos (sí, así es, en todo ese lapso no los tenía abiertos, no quería ni ver lo que pasaba a mi alrededor) pude observar como una bomba de amor había caído sobre todos. Así como en una explosión humana se pueden medir los daños a simple vista, así mismo se podía ver como Dios como un Tsunami de amor había caído sobre todos los que estábamos ahí.

La primera imagen que llegó a mi óptica además de impresionante, era inédita, pues en frente de mi tarima en donde yo estaba tocando, estaban de rodillas, orando, y alabando a Dios y de paso llorando, un grupo como de cuatro a cinco de los meseros de esa noche. De fácil identificación, por su uniforme y porque los habíamos visto moverse entre todas las mesas sirviendo alimentos y bebidas. (Lo bueno es que se trataba de algo espiritual, que si no el primer pensamiento razonable al verlos así era que la propina debió haber estado para llorar).

Habiendo llegado hasta acá y siendo un tipo al que no le gusta que las emociones sobrepasen a las razones, empecé el final del concierto y a retomar control de las tablas para darle un buen final a todo esto, aunque, gracias a Dios, “el bien estaba hecho”.

Todo el tiempo a mi derecha estuvo con su “cámara portátil” (es un decir, pues era un armatoste grandísimo en donde inclusive metías el vídeo casette de VHS) filmando la actividad, un gran amigo del alma y de paso uno de mis anfitriones en Chihuahua. Mi compañero Jorge Vergara (ex jugador de los Pumas de México, no me lo confundan con su muy mentado homónimo).

Como de hecho me hospedaba en su casa, al llegar a su hogar le pedí (creo que le supliqué, dadas las ansias), que pusiera el vídeo en la máquina y que pusiera el final del concierto. Al mismo tiempo, ya entrados en gastos, le pedí me consiguiera un lapicero y alguna hoja en la cual escribir. Lo hizo con la amabilidad que le caracteriza, pero con cierta sorpresa de hecho ante mi requerimiento.

Por fin viendo el vídeo en su televisor, fui apretando las teclas de “play” y de pausa y anotando en bruto el material que salía frente a mis ojos. A lo que Jorge me preguntó de inmediato que ¿¡qué estaba haciendo!? Y simplemente le respondí: -Lo que ves, estoy transcribiendo lo que nos regalaron esta noche a todos-.

Había que hacerle unas pequeñas adecuaciones, pero ahí estaba frente a mis ojos y mis oídos, era algo más que un canto. No era una canción de amor, era el Amor que se había hecho canción, y el nombre brotaba a cántaros de la melodía y la letra, se llamaba NADIE TE AMA COMO YO.

Cuando grabé el “casette” de “En esos momentos”, aún no nacía Nadie te ama como Yo, y no sería hasta mediados del 90 que haciendo la producción de “Los Viejos Amigos” la incluiríamos en el repertorio de la producción, con un muy tierno arreglo de Fernando Quintana.

Después empezó a caminar sola, Dios la llevaba a donde Él quería como el viento que sopla, y se fue haciendo parte del corazón de muchos.

Brasil la adoptó en su totalidad, siendo una de las canciones más interpretadas en la Iglesia de ese país. Se canta en varias lenguas, y el Espíritu se ha encargado de llevarla a donde y con quien a Él le parezca. Un sacerdote de Filipinas me contó que durante su Ordenación se cantó en su versión en inglés. Y es parte de la historia de amor de muchas almas y Dios.

El 21 de mayo del 2000 durante la Celebración de la Misa solemne de la Canonización de los Mártires mexicanos, que se celebró en la Plaza de San Pedro, Misa que presidiera Juan Pablo II, por esas cosas de Dios y, como yo lo aseguro, uno de los grandes milagros de intercesión de los santos mártires se dio y fue que yo cantara ahí.

En el momento del ofertorio, que era muy extenso y después de pasar mil exámenes y filtros, se nos permitió cantarla. En ese momento tres cosas eran ciertas, una… poder cantarla con Juan Pablo II presente ya hacía que fuera histórico, yo me negaba a abrir los ojos para no sucumbir en la emoción y cuando los abrí pude ver a nuestro fuerte y enfermo Papa de ese momento rodeando el altar, justo cuando yo cantaba… “yo a tu lado he caminado, junto a tí yo siempre he ido…”. Segundo, cuando llegamos al momento del primer coro, las 40.000 almas que estaban ahí se lanzaron a cantarlo conmigo. Un gigantesco Nadie te ama como Yo había nacido y, como me dijera un sacerdote en Guadalajara (el Padre Maurilio), en ese momento nos apoderamos con nuestra cultura y nuestra lengua de la Plaza de San Pedro. Finalmente el ver a mi esposa justo en frente de mí feliz, llorando y riendo a la vez era todo lo que me completaba; ella es parte de la melodía de esta canción en mi vida pues con ella he podido desarrollar mi apostolado y con ella Dios me ha probado también cuánto me ama. Para los dos fue un momento que no podremos olvidar jamás.

Mi colega español, Javier Chento me dijo muy atrevidamente que esa canción es la sucesora en la boca del pueblo de la gran Pescador de Hombres. No lo sé, ni viene al caso pero le agradezco la humildad de decírmelo viniendo de otro profeta.

La canto prácticamente todos los días y mi reto no es sentirla, no hay alma con la capacidad para ello “todos los días”. Mi reto es creerla siempre y lograr con la ayuda del Espíritu Santo que no se quede solo en una canción de amor que se diga con los labios y que no llegue al corazón, me doy a la tarea de dejar que Dios la eleve más allá de una tonada de amor a una Profecía llena de amor capaz de cambiar al que la oiga.

Al inicio del capítulo 5 de la Segunda Carta a los Corintios, Pablo dice algo que tiene que ver con la labor apostólica de esta canción: “Como colaboradores de Dios les pedimos que no desaprovechen el amor que Dios les ha mostrado”. Y ahí estamos, cantándolo hasta por los codos, gritándolo constantemente a todos: ¡Déjense amar!, ¡déjense amar! Como diría Francisco de Asís, ¡el Amor no es amado!

Yo la compuse se podría decir, pero hace mucho que pasó a ser de todos nosotros.



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De Colores

lunes, 8 de febrero de 2010

Manos abiertas



Será porque es año sacerdotal... será porque corren tiempos en los que todos necesitamos que se nos eche una... o porque necesito abrir y vaciar las mias para ser llenadas y usadas... la cosa es que últimamente las manos están muy presentes en mi vida y mi oración.

Esto es lo último que me ha encontrado.

Que lo disfrutéis


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De Colores