sábado, 29 de noviembre de 2008

Comerse un pollo




Vivir es como comerse un pollo. Un pollo entero y verdadero no uno de esos que esperan en las cámaras de los supermercados dispuestos a pasar casi directamente de la bandeja de poliespan a la del horno limpitos y descabezados.

Hay veces que la vida nos sirve un jugoso muslo que apetece comerse con las manos y rechupetearse los dedos para saborearlo mejor. Otros ratos toca pechuga que aunque es más seca es más abundante. Siendo generoso con la salsa y acompañándola de una buena ensalada sigue siendo una comida más que apetecible, incluso hay quien prefiere la pechuga al muslo. Pero llegan los momentos en los que hay que comerse el cuello, las patas y hasta la cabeza. Esos días sólo quienes te quieren se sientan a tu mesa. No es un menú agradable y desearían cambiártelo aunque fuera por una tortilla francesa pero nadie puede comerse tu pollo por ti. Como mucho pueden darte ánimo, hablarte de los buenos trozos que te quedan por comer y que, con el tiempo, llegarán. Pueden regalarte sus patatas para hacer cada bocado más llevadero y llenar tu copa para que el trago pase mejor. Sobre todo, pueden acompañarte con mucha paciencia, darte tu tiempo para digerir sin prisas y prepararte un buen postre para quitar el mal sabor.

Pero la vida, como el pollo, esconde pequeñas cosas maravillosas. Siempre podremos hacer un buen caldo con el caparazón o unas deliciosas croquetas con los pequeños trocitos que parece que no valen para nada. ¡Buen provecho!


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De Colores

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