martes, 11 de noviembre de 2008

Creo porque me funciona




Me llama la atención un anuncio que dice: “Creo en Aspirina porque me funciona.” Creo que lo de creer no funciona así, no funciona porque funcione. Si creo porque funciona no creo, simplemente sé que funciona.

Unas veces usamos “creer” para reforzar nuestras preferencias o enfatizar nuestras propias opiniones, pensamientos y gustos: “Creo que fulano es mejor que mengano”. Otras, para emitir impunemente nuestros juicios sobre los demás: “Creo que zutano es un antipático”. Y casi siempre “creo” es un escudo para atrevernos a exponer como verdad aquello de lo que dudamos: “Creo que mañana va a llover”.

Supongo que la cosa nos viene del refranero: “Ver para creer” que no hace sino reflejar ese tomasito que todos llevamos dentro: “¡Si no lo veo no lo creo!”

Creer en lo que se ve no es creer. Creer, tener fe, se parece mucho más a todo lo contrario. Confiar en lo que ni se ve, ni se entiende, ni siquiera a veces gusta ni es fácil aceptar. Pero se cree, se acepta, se acoge. Creer tiene más que ver con posicionarse ante lo que nos supera que con constatar lo que demostramos.

Creer es confiar. Andar sin ver. Por eso me rebelo ante el “Creo porque me funciona” porque es imposible vivir poniendo la confianza en todo aquello que a priori hemos constatado. Casi siempre creer se parece más a andar con fe: confiando (con-fe-ando). Pero claro en este caso hay que buscar algo más sólido que el ácido acetilsalicílico para depositar nuestra confianza.

<><

De Colores

1 comentario:

Pacopuu dijo...

El problema es que, por desgracia, se utiliza creer en lugar de pensar. Uno, cuando cree, lo vive; cuando lo piensa, lo imagina.

Javier.